sábado, 23 de febrero de 2008

LACTANCIA

"Me sentía tan extraña
en aquel centro oficial…
flanqueada de personas
hartas de tanto esperar.
Todo sería distinto,
si pudiera descansar
mi mirada desvaída
en la imagen de María.
Empezó mi fantasía
a crecer en su deseo
de contemplar a la Virgen
y en sus brazos a su Niño.
Soñaba con colores
del divino fray Angélico
y la belleza impoluta
de la Virgen de Murillo
y de tantas tantas madonas,
Marías llenas de gracia
desfilaban por mi mente
tantas madres cumplidoras
del “hágase en mí
según el Divino verbo”.
Y medité que las madres
son dotadas para amar
con todo su cuerpo y alma
y ¡oh, providente intuición!
no ignoran que su presencia,
su más generoso amor
con su blanca, tibia leche
crían, que no educan,
a sus tiernas criaturas.
Si una madre da a su hijo
su amor y fiel compañía,
hasta que no necesite más.
¿no estaré formando un hombre,
capaz de ser bien amado
y capaz siempre de amar?
De este modo cumplirá
el plan divino y eterno.
¡Qué difícil de cumplir
este plan tan natural,
si la madre es obligada
a estar ausente del niño
¡porqué debe trabajar!
¡Qué difícil es que el niño
sea luego independiente,
que no contenga su llanto,
que permanezca en el sueño,
que no moleste a su madre
cuando llegue a ser adulto
como un niño desvalido.
Y la madre que no fue
tendrá que serlo
cuando sea viejecita.
Y la sociedad –tan ciega-
obstinada en que la madre
trabaje cuando posea su hijo.
Unos bienes materiales
suplen la leche materna
por la de los biberones,
frenar el amargo llanto
succionando los chupetes…
¡Madres! Cumplid con el plan:
“hágase en el fondo de mi alma,
según tu divino verbo”.


(Esto se lo regaló a una amiga mía que iba a dar a luz. Aunque ni ella ni yo seguimos las creencias religiosas que nos inculcaron, nuestras lágrimas corrieron por las mejillas cuando se la dió. )